Es bastante aparente que en alguna parte del camino Ellos se hartaron del nivel de nulidad al que nacieron condenados o quizás se vieron totalmente desbordados por la catarata de situaciones en su contra: haber nacido en la pobreza más abyecta, donde un preservativo se desdeña o es muy caro, de padres totalmente desesperanzados que nunca los desearon, pero que no pudieron claudicar también del sexo, porque es una de las poquísimas cosas placenteras que la vida no les niega. Criarse a la buena de Dios, sin el amor de nadie y con el desprecio y el rechazo de muchos. Con sólo el brutal apoyo mutuo de su misma casta de parias, donde los quince o veinte minutos diarios de bienestar mental los provee un pegamento. Sin un sistema social que llegase a prever y detener esta situación, y al que le importa un carajo el mejoramiento del bienestar de nadie, menos aún de Ellos. Sin educación de ninguna clase, cuando la calle es lo único que necesitan para volar o estrellarse, porque cuanto más ignorantes y brutos, más fáciles son de embaucar. Y sin trabajo, pues la sola mención del domicilio, si existiese, es causa suficiente para el rechazo de cualquier empleador con una mueca de disgusto.
Así las cosas, no sorprende que la gran mayoría optara por lo más fácil, lo más directo o lo único que supieron hacer para sentirse de alguna forma reconocidos, aunque fuese por lo malo, pero reconocidos al fin: considerar a todo aquel que no fuese de Ellos, o sea Nosotros, como un enemigo odiado y objetivo para los más terribles vandalismos.
En la vereda de enfrente, Nosotros, los suertudos biennacidos con padres que se tomaron el trabajo de criarnos, que fuimos a la escuela con guardapolvo blanco, que tuvimos abuelas sobre-protectoras y tías adulonas; que comíamos al menos dos veces al día, teníamos juguetes y podíamos dormir en camas mullidas y calentitas, mientras que Ellos estaban amontonados de a seis por habitación, con sus sueños infantiles permanentemente interrumpidos por una gotera, frío o calor intensos, insectos, hambre, olores feos, un codo, un pié o los 'indisimulados' jadeos de gente haciendo más gente.
Siempre hubo algunos de Ellos que trataron y tratan de salir de su monumental desventaja a fuerza de pulmón y sacrificio, con trabajo duro y estudio. Los más resueltos y tozudos lo logran, otros quedan en el camino y se abandonan al menor y más remunerativo esfuerzo de tomar por la fuerza aquello que necesitan o desean.
Nosotros, los que debemos atrincherarnos en nuestras casas, con rejas y barrotes para protección. Que seguimos trabajando duro, aunque cada vez debamos laborar más para tener menos. Que estudiamos carreras universitarias a sabiendas que con ellas quizás no lleguemos a ganarnos la vida, pero tendremos un diploma colgado de la pared para orgullo de papá y mamá.